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LA AGRICULTURA
La agricultura y las
infraestructuras agrarias
alpujarreñas se caracterizan
por que el medio agrícola se
ha ido adecuando al suelo,
disponibilidad de agua y
fisiografía a través de una
intensa participación del
hombre. La construcción de
bancales contenidos por
balates de piedra ha hecho
que un territorio que sólo
podría dedicarse a
actividades forestales y/o ganaderas se convierta en una zona netamente
agrícola. La pericia en la captación y reparto del agua de las cumbres hacia las
zonas bajas permite desarrollar una agricultura de regadío de un nivel
productivo imposible de mantener con las escasas precipitaciones de la comarca
de La Alpujarra. La combinación de actividad ganadera y agrícola ha permitido,
asimismo, mantener un nivel de fertilidad en los suelos que no tendrían
teniendo en cuenta sus características edafológicas originales.
El trabajo cotidiano de agricultores a lo largo de la prehistoria e historia de esta
comarca ha hecho de esta tierra una fuente de productos agrícolas de alto
interés, tanto en el ámbito cualitativo como cuantitativo. La presencia de
espacios muy diferentes, generados por la fisiografía del territorio -bruscos
cambios de altitud, zonas quebradas, barrancos,...- junto al manejo del agua,
permite cultivar una amplia gama de variedades hortícolas y frutales, que poco a
poco están siendo desplazadas por variedades en principio más productivas o
más atractivas, empobreciendo la diversidad original. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que las nuevas variedades no han pasado el filtro de la selección
y adaptación a las condiciones “bioclimáticas” y edafológicas propias de la
zona.
La estructura de la propiedad
de la tierra es minifundista,
detectándose en los últimos
años un cierto proceso de
concentración, motivado,
principalmente, por la escasa
o nula rentabilidad de las
pequeñas parcelas. Las zonas
regables se encuentran todas
abancaladas, ya que la
pendiente original impediría
la práctica de la agricultura
de regadío.
El espacio en cuestión aún no ha sido “maltratado” por técnicas de cultivo
intensivas -uso generalizado de pesticidas, abonos químicos, reguladores del
crecimiento, etc.- y posee una magnífica oportunidad de dirigir sus esfuerzos
hacia la obtención de productos con una doble garantía de calidad: procedencia
de zonas de montaña con prácticas agrícolas tradicionales, y que pueden
servirse al consumidor garantizándole la ausencia de sustancias químicas
agresivas con el medio ambiente. Adicionalmente, se apoya la calidad en una
de las líneas maestras de la Política Agraria Comunitaria, que es el
mantenimiento de la población en el medio rural en condiciones dignas de
trabajo y nivel de vida.
El mantenimiento de la población en esta zona es vital para el mantenimiento
del paisaje, entendido como concepto global, ya que es el resultado de la
interacción del hombre con el medio natural, hecho de especial importancia en
una comarca con territorios declarados Parque Natural y Parque Nacional. Cabe
una precisa reorientación tanto de cultivos, mejora de infraestructuras,
aplicación de técnicas de marketing agrario, “ecoagroturismo”... y la
potenciación y revalorización de la agricultura tradicional y la ecológica, como
alternativas sostenibles.
LAS ACEQUIAS
La Alpujarra, está fuertemente condicionada y
unida al papel de las acequias que recorren
sus laderas en todas direcciones y altitudes, y
esa relación es tan fuerte, que sería muy
difícil imaginar una Alpujarra sin este ir y
venir del agua por las laderas de Sierra
Nevada. Una señora de Los Bérchules decía
que “en La Alpujarra los pantanos los
tenemos bajo tierra”.
Toda la infraestructura de regadíos de Sierra
Nevada, se debe al esfuerzo continuo del
hombre desde épocas remotas, debido a la
necesidad de abastecimiento para los cultivos
en una zona en la que las precipitaciones
estivales son muy escasas -la pluviometría
media de la zona apenas alcanza los 500 mm.
de media anual-.Por lo que el riego en verano
se basa en el aprovechamiento de las aguas de
deshielo de la sierra, puesto que la lluvia se
concentra en los meses de otoño, final de invierno y principios de primavera. Los suelos,
muy ligeros, poseen una escasa capacidad de agua útil, siendo necesarios los riegos
cortos pero frecuentes. El sistema de riego tradicional es por inundación, ya que el riego
por surcos no es eficiente al tener muy poca redistribución horizontal, salvo que los
surcos sean estrechos y poco profundos, lo cual no se adapta a todos los cultivos
posibles.
El sistema de regadío en la mayor parte de La Alpujarra se basa en retener el mayor
tiempo posible las aguas del deshielo de la Alta Montaña, para su utilización posterior
en la estación veraniega. El
método para retener estas
aguas, es favorecer las
filtraciones en unas zonas muy
concretas, realizando el
llamado careo, en primer lugar
en los borreguiles de las
cabeceras de los ríos -ayudando
a mantener estos ecosistemas
únicos por su flora y fauna
asociadas-, y en segundo lugar,
y más abajo, en otros pastizales,
zonas de arboleda e incluso
dirigiendo el agua hacia zonas
de fractura, denominadas en algunos pueblos “simas guiaderas” para recargar acuíferos
y reforzar fuentes y manantiales inferiores.
Las acequias tradicionales poseen sin lugar a dudas, un papel imprescindible en el
mantenimiento de los ecosistemas de Sierra Nevada.
LAS ERAS
Las eras son espacios que se han utilizado
hasta hace poco para la trilla de cereales y
leguminosas secas -acción física de separar el
grano del resto de la planta-, siendo
denominado este proceso como “parva”. Las
más antiguas y las que encuentran al lado de
los cortijos son de forma circular y
empedradas con cantos rodados, “piedras”,
losas de pizarra o incluso aprovechando un
afloramiento de roca; otras eras pueden ser
casi rectangulares y más grandes, suelen ser
de uso comunal y están instaladas en los
“ejidos” -terrenos comunales usados también
para la ganadería y que están cercanos
generalmente al núcleo de población-. El
trillo tradicional es un conjunto de tableros
unidos que en la parte inferior tenían
incrustadas esquirlas cortantes de piedra
sílex, -posteriormente láminas de sierra
metálica y por último fueron trillos con
ruedas de sierra-. Sobre este trillo -parecido a un trineo- iba la persona que conducía al
mulo/a que tiraba del apero.
La localización de las eras se hacía en un lugar más o menos alto y abierto, ya que
posteriormente a la trilla se hacía el “aventao” en el cual el aire separa el grano de la
paja. Al lado de la era siempre había un tinao o cobertizo para guardar el grano, que
posteriormente, como aún se ve hoy día en algunas, acoge a la máquina aventadora
desde principios del Siglo XX.
Las labores de la “parva” llevaban aparejadas un buen número de aspectos etnológicos y
sociales. Era casi el final de la temporada agrícola y del estío, y se celebraba con comidas
-puchero-, bebida -aguardiente-, cantes,... y de paso se vigilaba el fruto de varios meses
de duro trabajo, antes de recogerse en las casas durante el frío invierno. En Lanjarón y
Pórtugos se celebran aún las “Fiestas de la Parva”.
LOS BALATES
Consecuencia de los pronunciados desniveles de
Sierra Nevada, la única posibilidad de la
agricultura de regadío y para evitar las
escorrentías, era sujetar con muros de piedra y
“ripios” -piedras más pequeñas- las parcelas; son
los llamados “balates”. Las parcelas de cultivo en
La Alpujarra se llaman “bancales” y “paratas” -
bancales pequeños y/o estrechos-.
En La Alpujarra hay miles de kilómetros de
balates, reflejo de esfuerzo del hombre desde hace
siglos en la Comarca y de la necesidad de
aprovechar hasta el más mínimo trozo de tierra
productivo para subsistir en estas difíciles tierras
de la alta montaña. Se puede afirmar que La
Alpujarra Alta está sujeta por estos balates, en un
difícil y precario equilibrio contra la fuerza de la
gravedad. Quizás la palabra balate diera nombre a
“Balat”, el barrio tradicional judío de Estambul,
que se formó precisamente, tras la toma de
Granada por los cristianos en el Siglo XV, con muchos judíos que llegaron por el
Mediterráneo hasta el Cuerno de Oro de la capital otomana acogidos por el hijo del
emperador -posteriormente sería Beyazit II-; son los sefardíes, andalusíes de religión
judía que aún hoy día hablan una variante del castellano antiguo, el ladino.
LOS CAMINOS
La Alpujarra, como extensa
comarca de agricultura
minifundista de montaña
plagada de pequeños bancales,
posee, además de las vías
pecuarias, una intrincada red de
caminos: los caminos reales que
comunicaban los núcleos de
población, caminos que se
dirigían a los distintos “pagos” -
grandes zonas agrícolas en las
que se dividen los términos
municipales, normalmente en
función de los polígonos
regables-, caminos vecinales
que servían a varios propietarios, los que iban a una finca o bancal en particular y los
que se han añadido en la actualidad, como son las pistas forestales y de acceso a las
mismas, desde carreteras y poblaciones. Por tanto, a poco que uno abandone una
carretera, puede encontrar un camino que le llevará a cualquier parte, lejos del ruido y la
velocidad, senderos y caminos que invitan a la contemplación o al recogimiento, cada
uno diferente y todos exclusivos.
Por su espectacularidad, los caminos que
destacan en La Alpujarra son las llamadas
“escarihuelas”. Suelen ser caminos reales que
zigzaguean entre las montañas salvando
grandes desniveles del terreno. Las más
conocidas son: la de Busquístar, que va a las
antiguas minas de hierro del Cerro del
Conjuro; la de Panjuila, se encamina a unos
baños de esa zona; su gemela, la escarihuela
de la Mezquita, que llega a Busquístar; y por
último, la de Fondales en dirección a Órgiva.
La palabra escarihuela quizás derive de la
castellana “escaleruela”, aunque no está claro
su origen: puede ser que la trajeran los
repobladores del siglo XVI cuando se expulsó
a los moriscos, o un mozarabismo más de la
comarca. Como tantos otros monumentos de
este territorio, estos caminos no han sido
atribuidos a ninguna cultura determinada, tal
vez, porque viéndolos parece que hayan
estado ahí siempre inmóviles, reposando sobre las abruptas laderas. Podrían ser
pequeñas variantes de las vías romanas, para acceder al interior minero o caminos
construidos por los musulmanes andalusíes para favorecer el comercio de la seda, pero
lo que sí es cierto, es que están protegidas por la Declaración de Sitio Histórico de La
Alpujarra Media y La Taha.
LA GANADERÍA
En la Alpujarra la ganadería ha jugado siempre un papel muy trascendente, no como
tarea exclusiva, sino en combinación con la agricultura: los suelos de por sí son poco
productivos, necesitan del apoyo del estiércol para tener la suficiente fertilidad.
La creciente sedentarización de
la ganadería, y la consiguiente
reducción de los efectivos
trashumantes, así como la
utilización de camiones para el
traslado de ganados, ha ido
produciendo el abandono de la
mayor parte de las Vías
Pecuarias tradicionales para su
uso estrictamente ganadero. Las
Vías Pecuarias, patrimonio
público protegido por ley,
ofrecen una función
medioambiental muy relevante
como “corredores verdes”,
proporcionando un fácil tránsito de la fauna natural y la recolonización por parte de la
flora silvestre de los terrenos agrícolas abandonados; por esta razón, la Junta de la
Andalucía está deslindando las vías pecuarias para el uso y disfrute compartido entre
los ganaderos y la realización de actividades turísticas de bajo impacto ambiental.
Las grandes diferencias climáticas entre los territorios de La Alpujarra, y en general de
toda Andalucía, provocaban el traslado del ganado, incluso a grandes distancias, para
alimentarlo con mejores pastos. En general, si el ganado se lleva fuera de una comarca
se conoce como trashumancia, mientras que si se desplaza en trayectos más cortos entre
los pueblos y los pastos de altura, en verano, se define como trastermitancia. En La
Alpujarra, sólo las vacas realizaban la trashumancia mientras que los cabreros y los
pastores hacían trastermitancia.
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LA AGRICULTURA
La agricultura y las infraestructuras agrarias
alpujarreñas se caracterizan por que el medio
agrícola se ha ido adecuando al suelo,
disponibilidad de agua y fisiografía a través de
una intensa participación del hombre. La
construcción de bancales contenidos por
balates de piedra ha hecho que un territorio
que sólo podría dedicarse a actividades
forestales y/o ganaderas se convierta en una
zona netamente agrícola. La pericia en la
captación y reparto del agua de las cumbres
hacia las zonas bajas permite desarrollar una
agricultura de regadío de un nivel productivo
imposible de mantener con las escasas
precipitaciones de la comarca de La Alpujarra.
La combinación de actividad ganadera y
agrícola ha permitido, asimismo, mantener un
nivel de fertilidad en los suelos que no
tendrían teniendo en cuenta sus características
edafológicas originales.
El trabajo cotidiano de agricultores a lo largo de
la prehistoria e historia de esta comarca ha
hecho de esta tierra una fuente de productos
agrícolas de alto interés, tanto en el ámbito
cualitativo como cuantitativo. La presencia de
espacios muy diferentes, generados por la
fisiografía del territorio -bruscos cambios de
altitud, zonas quebradas, barrancos,...- junto al
manejo del agua, permite cultivar una amplia
gama de variedades hortícolas y frutales, que
poco a poco están siendo desplazadas por
variedades en principio más productivas o más
atractivas, empobreciendo la diversidad
original. Sin embargo, hay que tener en cuenta
que las nuevas variedades no han pasado el
filtro de la selección y adaptación a las
condiciones “bioclimáticas” y edafológicas
propias de la zona.
La estructura de la propiedad de la tierra es
minifundista, detectándose en los últimos años
un cierto proceso de concentración, motivado,
principalmente, por la escasa o nula
rentabilidad de las pequeñas parcelas. Las
zonas regables se encuentran todas
abancaladas, ya que la pendiente original
impediría la práctica de la agricultura de
regadío.
El espacio en cuestión aún no ha sido
“maltratado” por técnicas de cultivo intensivas
-uso generalizado de pesticidas, abonos
químicos, reguladores del crecimiento, etc.- y
posee una magnífica oportunidad de dirigir sus
esfuerzos hacia la obtención de productos con
una doble garantía de calidad: procedencia de
zonas de montaña con prácticas agrícolas
tradicionales, y que pueden servirse al
consumidor garantizándole la ausencia de
sustancias químicas agresivas con el medio
ambiente. Adicionalmente, se apoya la calidad
en una de las líneas maestras de la Política
Agraria Comunitaria, que es el mantenimiento
de la población en el medio rural en
condiciones dignas de trabajo y nivel de vida.
El mantenimiento de la población en esta zona
es vital para el mantenimiento del paisaje,
entendido como concepto global, ya que es el
resultado de la interacción del hombre con el
medio natural, hecho de especial importancia
en una comarca con territorios declarados
Parque Natural y Parque Nacional. Cabe una
precisa reorientación tanto de cultivos, mejora
de infraestructuras, aplicación de técnicas de
marketing agrario, “ecoagroturismo”... y la
potenciación y revalorización de la agricultura
tradicional y la ecológica, como alternativas
sostenibles.
LAS ACEQUIAS
La Alpujarra, está fuertemente condicionada y unida
al papel de las acequias que recorren sus laderas en
todas direcciones y altitudes, y esa relación es tan
fuerte, que sería muy difícil imaginar una Alpujarra
sin este ir y venir del agua por las laderas de Sierra
Nevada. Una señora de Los Bérchules decía que “en
La Alpujarra los pantanos los tenemos bajo tierra”.
Toda la infraestructura de
regadíos de Sierra
Nevada, se debe al
esfuerzo continuo del
hombre desde épocas
remotas, debido a la
necesidad de
abastecimiento para los
cultivos en una zona en la
que las precipitaciones
estivales son muy escasas
-la pluviometría media de
la zona apenas alcanza
los 500 mm. de media
anual-.Por lo que el riego en verano se basa en el
aprovechamiento de las aguas de deshielo de la
sierra, puesto que la lluvia se concentra en los meses
de otoño, final de invierno y principios de
primavera. Los suelos, muy ligeros, poseen una
escasa capacidad de agua útil, siendo necesarios los
riegos cortos pero frecuentes. El sistema de riego
tradicional es por inundación, ya que el riego por
surcos no es eficiente al tener muy poca
redistribución horizontal, salvo que los surcos sean
estrechos y poco profundos, lo cual no se adapta a
todos los cultivos posibles.
El sistema de regadío en la mayor parte de La
Alpujarra se basa en retener el mayor tiempo
posible las aguas del deshielo de la Alta Montaña,
para su utilización posterior en la estación
veraniega. El método para retener estas aguas, es
favorecer las filtraciones en unas zonas muy
concretas, realizando el llamado careo, en primer
lugar en los borreguiles de las cabeceras de los ríos -
ayudando a mantener estos ecosistemas únicos por
su flora y fauna asociadas-, y en segundo lugar, y
más abajo, en otros pastizales, zonas de arboleda e
incluso dirigiendo el agua hacia zonas de fractura,
denominadas en algunos pueblos “simas guiaderas”
para recargar acuíferos y reforzar fuentes y
manantiales inferiores.
Las acequias tradicionales poseen sin lugar a dudas,
un papel imprescindible en el mantenimiento de los
ecosistemas de Sierra Nevada.
LAS ERAS
Las eras son espacios que se han utilizado hasta
hace poco para la trilla de cereales y leguminosas
secas -acción física de separar el grano del resto de la
planta-, siendo denominado este proceso como
“parva”. Las más antiguas y las que encuentran al
lado de los cortijos son de forma circular y
empedradas con cantos rodados, “piedras”, losas de
pizarra o incluso
aprovechando un
afloramiento de roca;
otras eras pueden ser
casi rectangulares y más
grandes, suelen ser de
uso comunal y están
instaladas en los
“ejidos” -terrenos
comunales usados
también para la
ganadería y que están
cercanos generalmente al
núcleo de población-. El trillo tradicional es un
conjunto de tableros unidos que en la parte inferior
tenían incrustadas esquirlas cortantes de piedra
sílex, -posteriormente láminas de sierra metálica y
por último fueron trillos con ruedas de sierra-. Sobre
este trillo -parecido a un trineo- iba la persona que
conducía al mulo/a que tiraba del apero.
La localización de las eras se hacía en un lugar más o
menos alto y abierto, ya que posteriormente a la
trilla se hacía el “aventao” en el cual el aire separa el
grano de la paja. Al lado de la era siempre había un
tinao o cobertizo para guardar el grano, que
posteriormente, como aún se ve hoy día en algunas,
acoge a la máquina aventadora desde principios del
Siglo XX.
Las labores de la “parva” llevaban aparejadas un
buen número de aspectos etnológicos y sociales. Era
casi el final de la temporada agrícola y del estío, y se
celebraba con comidas -puchero-, bebida -
aguardiente-, cantes,... y de paso se vigilaba el fruto
de varios meses de duro trabajo, antes de recogerse
en las casas durante el frío invierno. En Lanjarón y
Pórtugos se celebran aún las “Fiestas de la Parva”.
LOS BALATES
Consecuencia de los pronunciados desniveles de
Sierra Nevada, la única posibilidad de la agricultura
de regadío y para evitar las escorrentías, era sujetar
con muros de piedra y
“ripios” -piedras más
pequeñas- las parcelas;
son los llamados
“balates”. Las parcelas
de cultivo en La
Alpujarra se llaman
“bancales” y “paratas” -
bancales pequeños y/o
estrechos-.
En La Alpujarra hay
miles de kilómetros de
balates, reflejo de
esfuerzo del hombre
desde hace siglos en la Comarca y de la necesidad de
aprovechar hasta el más mínimo trozo de tierra
productivo para subsistir en estas difíciles tierras de
la alta montaña. Se puede afirmar que La Alpujarra
Alta está sujeta por estos balates, en un difícil y
precario equilibrio contra la fuerza de la gravedad.
Quizás la palabra balate diera nombre a “Balat”, el
barrio tradicional judío de Estambul, que se formó
precisamente, tras la toma de Granada por los
cristianos en el Siglo XV, con muchos judíos que
llegaron por el Mediterráneo hasta el Cuerno de Oro
de la capital otomana acogidos por el hijo del
emperador -posteriormente sería Beyazit II-; son los
sefardíes, andalusíes de religión judía que aún hoy
día hablan una variante del castellano antiguo, el
ladino.
LOS CAMINOS
La Alpujarra, como extensa comarca de agricultura
minifundista de montaña plagada de pequeños
bancales, posee, además de las vías pecuarias, una
intrincada red de caminos: los caminos reales que
comunicaban los núcleos de población, caminos
que se dirigían a los distintos “pagos” -grandes
zonas agrícolas en las
que se dividen los
términos municipales,
normalmente en función
de los polígonos
regables-, caminos
vecinales que servían a
varios propietarios, los
que iban a una finca o
bancal en particular y los
que se han añadido en la
actualidad, como son las
pistas forestales y de
acceso a las mismas,
desde carreteras y poblaciones. Por tanto, a poco que
uno abandone una carretera, puede encontrar un
camino que le llevará a cualquier parte, lejos del
ruido y la velocidad, senderos y caminos que invitan
a la contemplación o al recogimiento, cada uno
diferente y todos exclusivos.
Por su espectacularidad, los caminos que destacan
en La Alpujarra son las llamadas “escarihuelas”.
Suelen ser caminos reales que zigzaguean entre las
montañas salvando grandes desniveles del terreno.
Las más conocidas son: la de Busquístar, que va a las
antiguas minas de hierro del Cerro del Conjuro; la
de Panjuila, se encamina a unos baños de esa zona;
su gemela, la escarihuela de la Mezquita, que llega a
Busquístar; y por último, la de Fondales en dirección
a Órgiva. La palabra escarihuela quizás derive de la
castellana “escaleruela”, aunque no está claro su
origen: puede ser que la trajeran los repobladores
del siglo XVI cuando se expulsó a los moriscos, o un
mozarabismo más de la comarca. Como tantos otros
monumentos de este territorio, estos caminos no han
sido atribuidos a ninguna cultura determinada, tal
vez, porque viéndolos parece que hayan estado ahí
siempre inmóviles, reposando sobre las abruptas
laderas. Podrían ser pequeñas variantes de las vías
romanas, para acceder al interior minero o caminos
construidos por los musulmanes andalusíes para
favorecer el comercio de la seda, pero lo que sí es
cierto, es que están protegidas por la Declaración de
Sitio Histórico de La Alpujarra Media y La Taha.
LA GANADERÍA
En la Alpujarra la ganadería ha jugado siempre un
papel muy trascendente, no como tarea exclusiva,
sino en combinación con la agricultura: los suelos de
por sí son poco productivos, necesitan del apoyo del
estiércol para tener la suficiente fertilidad.
La creciente sedentarización de la ganadería, y la
consiguiente reducción de los efectivos
trashumantes, así como la utilización de camiones
para el traslado de ganados, ha ido produciendo el
abandono de la mayor parte de las Vías Pecuarias
tradicionales para su uso estrictamente ganadero.
Las Vías Pecuarias, patrimonio público protegido
por ley, ofrecen una función medioambiental muy
relevante como “corredores verdes”,
proporcionando un fácil tránsito de la fauna natural
y la recolonización por parte de la flora silvestre de
los terrenos agrícolas abandonados; por esta razón,
la Junta de la Andalucía está deslindando las vías
pecuarias para el uso y disfrute compartido entre los
ganaderos y la realización de actividades turísticas
de bajo impacto ambiental.
Las grandes diferencias climáticas entre los
territorios de La Alpujarra, y en general de toda
Andalucía, provocaban el traslado del ganado,
incluso a grandes distancias, para alimentarlo con
mejores pastos. En general, si el ganado se lleva
fuera de una comarca se conoce como trashumancia,
mientras que si se desplaza en trayectos más cortos
entre los pueblos y los pastos de altura, en verano,
se define como trastermitancia. En La Alpujarra,
sólo las vacas realizaban la trashumancia mientras
que los cabreros y los pastores hacían
trastermitancia.
CULTURA